La directora del poderoso Departamento de Estrategia, Política y Revisión (SPR) del Fondo Monetario Internacional, Ceyla Pazarbasioglu, anunció que dejará el organismo antes de fin de año. Su salida sacudió al staff del FMI, en un contexto en el que el acuerdo firmado con el gobierno de Javier Milei ya enfrenta turbulencias y el fantasma del incumplimiento en 2026.
La renuncia no es menor: en abril, fue ella quien estampó en un informe técnico una frase lapidaria sobre la Argentina, señalando que la deuda es “prácticamente impagable”. El documento, incorporado al Staff Level Agreement rubricado por el ministro de Economía Luis “Toto” Caputo, encendió alarmas en los mercados y filtró la grieta interna dentro del Fondo.
El SPR es el cerebro del FMI: allí se define la estrategia global de préstamos y se redactan los informes que marcan el pulso de los mercados. Bajo el mando de Pazarbasioglu, el área endureció sus evaluaciones de sostenibilidad de deuda y puso a la Argentina en el centro de sus advertencias. Su retiro, según deslizan técnicos consultados por el medioargentino La Política Online, despeja el camino para que la conducción política del Fondo avance con más margen en la negociación con Milei, aun cuando las inconsistencias del programa económico resulten evidentes.
El antecedente reciente es elocuente: el país enfrenta vencimientos superiores a los USD 20 mil millones en 2026, un monto que incluso dentro del FMI reconocen como inmanejable. No sorprende, entonces, que resurja la sombra de otro papelón institucional, como ocurrió en 2018 con el stand-by más grande de la historia del organismo, que terminó en default, fuga de capitales y un cambio de nombres en la cúpula del Fondo.
El historial de fracasos es extenso. Cada vez que el FMI anunció que “ahora sí” la Argentina volvería a la senda de la estabilidad, el desenlace fue el mismo: crisis de deuda, inflación descontrolada y una salida abrupta de funcionarios del organismo. Christine Lagarde, David Lipton y Gita Gopinath fueron ejemplos previos de cómo las crisis argentinas suelen arrastrar también a las autoridades del Fondo.
Pero detrás de este juego de nombres, se esconde un trasfondo más profundo: la complicidad estructural entre el FMI, el Tesoro de Estados Unidos y los gobiernos argentinos de turno, que terminaron endeudando al país en dólares que jamás se volcaron a la producción, sino a la bicicleta financiera y la fuga de capitales. Mientras la deuda crece, la economía se achica y las condiciones de vida empeoran, los funcionarios que diseñan esos programas se reciclan en universidades, think tanks o bancos de inversión.
La renuncia de Pazarbasioglu, más que un cambio burocrático, deja al desnudo el carácter político del Fondo. La admisión de que la deuda es “impagable” expone un secreto a voces que los tecnicismos intentan ocultar: que la Argentina fue empujada a un esquema de financiamiento inviable por una decisión geopolítica de Washington y el FMI, destinada más a condicionar la política económica que a ayudar al desarrollo. Y que, una vez más, el costo no lo pagan ni los burócratas del Fondo ni los gobiernos que firmaron la deuda, sino la sociedad argentina.
Con información del diario digital La Política Online